martes, 28 de diciembre de 2010

Historia Viva

El siguiente articulo fue publicado en el weblog de clarin, seccion camara libre, el dia 2 de diciembre de 2008 y lo rescato despues de haber mantenido una larga charla con Dario en la que me conto parte de su historia que esta nota resume.
"Darío Rivas Cando sigue haciendo historia en el nombre del padre, un alcalde republicano fusilado por el franquismo en 1936. Primero bregó para que una calle en Castro de Rei, el pueblito gallego que alguna vez habitaron, se llame Severino Rivas; luego, tras una sufrida búsqueda, encontró sus restos y los sepultó en el cementerio de Loentia con una placa que no se distinguiría si no tuviese semejante historia detrás. "Papá, descansa en paz", escribió y firmó la lápida con un "Tu niño mimado, Darío". Y el sábado, la recuperación de la memoria tuvo otro capitulo con un acto de desagravio público. Darío viajó desde el Partido de Ituzaingó en el Gran Buenos Aires a su España natal para presenciarlo. "A él no le hubiera gustado morir como traidor a la patria, porque él siempre la defendió. Por eso peleé por el desagravio", dijo a Clarín. Darío, el más chico de los hijos de Severino, llegó a la Argentina en el '30, cuando apenas tenía 9 años. Su padre -ya viudo- lo había subido a un barco en La Coruña rumbo a Buenos Aires. Aquí lo criaron sus hermanas mayores, que vivían en Martínez. "Varias veces viajé a España y siempre quise averiguar dónde estaba el cuerpo de mi padre", recordó Darío. "Mis hermanos se llevaron el secreto a la tumba porque sabían que si me lo decían yo armaría tal lío que, seguro, nos mataban a todos", contó. Pero Darío jamás claudicó en lo que se autoimpuso como misión de vida: recuperar los restos de su padre. "Hace 12 años, cuando viajé para inaugurar la calle que llevaría su nombre, una mujer me contó que había visto los cuerpos y que entre ellos había un señor elegante, que vestía un gabán". Darío estaba seguro, era su papá. La señora lo contactó con un vecino memorioso, de 94 años, que sabía dónde habían enterrado los cuerpos. Severino estaba como un NN escondido tras la capilla de Cortapezas. Darío había encontrado a su padre. "Enseguida llamé a Santiago Macías, de Memoria Histórica (AMRH), para armar el operativo de rescate". (Ver recuadro). Desde agosto de 2005, Severino Rivas Barja, ex alcalde republicano de Castro de Rei, fusilado por el franquismo en Portomarín y enterrado clandestinamente en una cuneta, descansa en el panteón familiar del cementerio de Loentia. Este pueblo de 300 habitantes es parte de Galicia, que en el inicio de la Guerra Civil quedó bajo el mando de los nacionales y sufrió miles de muertes republicanas sólo durante los últimos cinco meses de 1936 (el año del inicio del conflicto). "Les pegaban un tiro en la sien y los dejaban boca arriba en una cuneta para escarmiento de todos", contó Darío. Su papá Severino, un hombre culto ligado al socialismo, intendente de Castro de Rei sólo por 3 meses, corrió esa suerte. Los militares lo tuvieron detenido por unos días y el 29 octubre de 1936 lo liberaron: ese mismo día apareció muerto en la cuneta de Cortapezas. "En la exhumación constaté que después de fusilarlo le habían dado un tiro de gracia, algo que siempre hacían los falangistas", recordó. Darío dice que fue con la exhumación que sintió la tranquilidad de la misión cumplida. Sin embargo, sigue. Tiene una causa contra La Falange ("los impedimentos legales son muchos, en un país que no quiere juzgar los crímenes del franquismo" y hoy recibe el desagravio. "El proceso judicial habla de traición a la patria y portación de armas siendo que los traidores eran quienes lo procesaban", reivindica Darío. En su casa de Ituzaingó, antes de partir, tapado de papeles y de escritos que hablan sobre las trabas que la Ley española impone a cualquier intento de juzgar los crímenes del franquismo, Darío mostró a Clarín su última obra por la memoria: el manuscrito de la autobiografía que acaba de publicar en español (Dunken) y en gallego. "Es para repartir entre amigos, está prohibida su venta", dice. Era para escribir un libro, en el nombre del padre. "
Por Horacio Bilbao.

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