MONTEVIDEO.- Cada tarde, Eduardo Galeano toma un café
con Dios. Se acoda junto a una ventana del Brasilero (el bar que, a
estas alturas, es algo así como su segundo hogar), respira hondo el
aroma a madera y espera, paciente, que la radiante andaluza que sirve
las mesas -Alba Marina de nombre, Dios de apellido- le traiga, entre
sonrisas, bromas y elogios a su joven divinidad, el cafecito del día.
"Son pocos los que se llaman Dios -cuenta, encantado con el juego, el
escritor que tantas veces se peleó con esa otra presencia divina, la de
los altares y los mandamientos-. Creo que en la Córdoba española, de
donde ella viene, son sólo cinco."
No es tan raro que se lleve bien con Dios. La furia con la que ha escrito sobre lo religioso no es la de un ateo.
Fui muy creyente cuando era chico, muy místico. Y eso
es como la borra en el fondo del vaso del vino, te queda para siempre.
No es una cosa que se va; se transfigura, cambia de nombre. En el fondo,
uno busca a Dios en los demás. O en la naturaleza, entendida como una
bella energía del mundo, que es a la vez terrible y hermosa. ¿Dónde está
aquel Dios que tuve de chico y un día se me cayó por un agujerito del
bolsillo y nunca más lo encontré? Después supe que lo estaba llamando
por otros nombres. Por eso la palabra Dios puede definir a la bella
chica que nos trae estos cafés.
Y cómo no va a estar lo divino en un alba marina.
Claro. O en el crepúsculo. Cuando el sol se va y se
echa a dormir en esa hamaca que es el horizonte, en la hora más bella
del día. Muchas veces me pregunto cuán triste ha de ser morir y no
verlo. Porque su capacidad de belleza te devuelve la fe en todo lo que
puedas haberla lastimado o perdido. No hay ningún crepúsculo que se
parezca a otro. Son todos diferentes, y en Montevideo somos tan
afortunados que los tenemos delante. El sol cae ante nuestros ojos.
A los 72 años, Galeano habla como si pintara las palabras: la metáfora
siempre a mano, un colorido y caudaloso fluir de imágenes que danza en
su voz profunda, modulada, cautivante a conciencia. Son los mismos
relatos que, en sus textos, pule con obsesión, decidido a limpiarlos
hasta que de ellos no quede más que un núcleo puro y rotundo. El
jovencito hambriento de mundo que a comienzos de los 60 ingresó al
periodismo de la mano de la mítica Marcha, que luego dirigiría las no
menos emblemáticas Crisis y Brecha y conocería también la violencia de
los 70 y el desgarro del exilio, se convirtió, con el tiempo, en maestro
del microrrelato, arqueólogo de la a veces esquiva poética de lo
humano, ícono -lo es hoy- de una sensibilidad tan latinoamericana como
universalista. Muchos de sus breves relatos han nacido en los apuntes
que toma en minúsculas libretas, a veces sobre la misma mesa del Café
Brasilero donde ahora charla con la Revista: una escenografía, la de
este bar fundado en 1877, propuesta por el escritor con algo de
elocuente presentación. "Soy hijo de los cafés -dirá-. Todo lo que sé se
lo debo a ellos. Sobre todo el arte de narrar. Lo aprendí escuchando,
en las mesas de los bares, a aquellos maravillosos narradores orales
cuyos nombres ignoro, que contaban mentiras prodigiosas y las contaban
de tan bella manera que todo lo que contaban volvía a ocurrir cada vez
que ellos lo narraban. Soy hijo de esos cafés y de ese Montevideo donde
había tiempo para perder el tiempo."
¿En su obra reemplazó aquellas mentiras por una búsqueda concienzuda de la verdad?
Bueno, la verdad única no existe. Nada más en las
cabezas de los nostálgicos del estalinismo, el dogmatismo que te dice
que hay una única manera de entender la política o la solidaridad
humana. O los que creen que este sistema que el mundo está soportando es
el único posible. Yo no comparto eso para nada, lo que busco es
celebrar la diversidad. Aquellas mentiras eran arte en el sentido de que
el arte siempre es una mentira que cuenta una verdad. Los fusilados de
Goya siguen cayendo cada vez que alguien los ve. Yo busco hechos de la
realidad para que la realidad me cuente cómo son las realidades que ella
esconde. Porque así como el mundo esconde, o tiene en la barriga otros
munditos posibles, así también cada realidad contiene otras realidades.
En la diversidad también puede haber muchos demonios. Para ponerles coto, ¿la respuesta sólo puede ser política?
La palabra política suele tener un sentido muy
restrictivo, que a mí no me gusta ni un poquito. Creo que todos hacemos
política todo el tiempo. En la vida cotidiana, aunque no lo sepas, estás
todo el tiempo eligiendo entre la libertad y el miedo. Y eso de algún
modo hace política. Aunque lo hagas en el mínimo, microscópico espacio
de tu vida privada. A veces hay que aceptar, en lo que tiene de bueno,
la pelea interior de los santos y los demonios. Una pelea sana, porque
cada uno tiene su cielo y su infierno propio.
¿Cuáles son sus infiernos?
Tengo un cielo y un infierno. [sonríe] que se alimentan
mutuamente. ¿Te imaginás qué sería de Dios sin el diablo, pobre? Se
iría a un fondo de jubilados, tendría que retirarse. Es como imaginar a
River sin Boca o a Boca sin River.
Entiendo. Pero tiene la desgracia de que lo está entrevistando una persona muy poco futbolera.
Eso te salva de muchas angustias [risas]. Lo que pasa
es que el fútbol da alegrías, no creas. Y da placer. Bien jugado, da
placer. Ver jugar a Messi da placer.
Hace rato que, para usted, verlo a Messi es una fiesta.
Incluso inventé una teoría, que se la hice llegar a él a
través del director técnico de la selección: así como Maradona lleva la
pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie. Lo cual es
un fenómeno físico [se ríe, sus propias carcajadas lo interrumpen].
inverosímil. La frase le llegó. Y se ve que le gustó, porque me mandó
una camiseta de regalo. Científicamente es imposible., ¡pero es la
verdad!
Bueno, si uno se guía por sus escritos, la verdad científica queda bastante relativizada.
No quiero hablar de enfermedades porque da mala suerte,
pero yo mismo he sobrevivido dos veces a una enfermedad grave. Y creo
que esa es la prueba científica [imposta el tono de voz, acentúa sus
palabras, contiene un breve asomo de risa] de que la yerba mala nunca
muere. Yo soy la prueba científica de eso.
Entonces se ríe, francamente, con ganas. Risa de
guerrero. Después, cuando la charla continúe entre las calles que van de
la Ciudad Vieja a la Rambla, contará algunas cosas más. Que tanto
cigarrillo. Que el cáncer, unos años atrás. Y recientemente, otra vez.
No lo comenta como algo excepcional: parece, más bien, entenderlo como
parte de una serie. La que comenzó el día en que, siendo un intenso
adolescente de 19 años, emergió de la profundidad de un coma y descubrió
que estaba vivo -destrozado, pero gozosamente vivo- en una cama del
hospital Maciel (adonde había llegado tras ingerir barbitúricos, en un
rapto de furia porque el don de la escritura parecía estarle negado). O
aquel otro momento, años después, en que se miró el rostro devastado por
el paludismo que había contraído en Venezuela y a cuyas feroces fiebres
había logrado, casi milagrosamente, sobrevivir. "He renacido muchas
veces -se explaya-. En realidad uno nace y muere muchas veces en la
vida. Lo que pasa es que uno está reducido a ver la muerte como una
especie de pasaje, una empresa de pompas fúnebres, que te saluda el
chofer y te dice hasta luego. [se ríe, divertido consigo mismo]. Y no es
así, en realidad uno se muere muchas veces, y renace otras tantas. Eso
es lo que tiene de bueno el arte de vivir."
¿Cómo lidiar con el dolor cuando es un niño pequeño el que lo siente? Pienso en algo que cuenta en Días y noches de amor y de guerra .
Mi hija vino llorando, era muy chiquita, tenía 6 años.
Yo la abracé, traté de consolarla. Mi hija Florencia. Al final me
confesó que estaba llorando porque su mejor amiga de la escuela le había
dicho que no la quería. Y en el libro pongo que le rogaba a Dios que me
diera a mí todo el dolor que tenía reservado para ella [A Galeano se le
oprime la voz. Las lágrimas que no derrama le incendian los ojos. Pero
se recompone. Sigue]. Cuando te sentís ya cansado de todo, como
descreído, ayuda saber que uno ha conocido gente que ayuda a creer en
los demás, en la solidaridad, en las pasiones humanas. Que a veces son
pasiones peligrosas, pero que vale la pena vivirlas. Yo era muy
patialegre, como dicen en algunos lugares del interior argentino,
siempre fui caminante. Caminé por todas partes, y eso me enseñó a vivir y
a escribir.
"¡No lo puedo creer! ¡Es increíble! ¡Tengo todos sus libros!"
La chica irrumpe de pronto, pura emoción desbocada.
Aborda a Galeano, no para de hablarle: "Sólo por usted me vine a vivir
aquí, a Montevideo". La voz la delata: es mexicana. Está, no cabe duda,
muy emocionada. Conocedora de los hábitos de su ídolo, merodeaba por la
zona del Café Brasilero. Sólo un detalle se le pasó por alto: no lleva
encima ningún volumen donde registrar el autógrafo del escritor.
"Es que esto es un acontecimiento -continúa, embelesada-. Tengo todos sus libros. Y los recomiendo."
Galeano sonríe y comenta: "Difundiendo el martirio..." Saca de un
bolso una libretita, se la da: "Para que la llenes con tus pensamientos
profundísimos. Acá te dibujo el cerdito, la prueba de autenticidad de mi
firma. ¿Y cuál es tu nombre?"
"Daniela", contesta ella.
"Bueno, Daniela, te voy a hacer el chanchito y una flor
pintada de rojo", dice mientras dibuja el hombre que dio sus primeros
pasos en el mundo de la prensa no como periodista, sino como ilustrador.
Y no lo olvida.
Daniela, en éxtasis, se queda un rato. Hablan de su
país, de los viajes, de esa particular zona de creación entre el arte
popular y el arte religioso: los retablos mexicanos. Galeano ya está
armando un nuevo relato: "Vos sabés que el primer retablo que vi en
México estaba en una iglesita en ruinas. Son obras de arte primitivo,
pero arte. Me quedé deslumbrado; me explicaron que los retablos eran
pagos de promesas. Me acerqué; era maravilloso, pero no me animé a
robarlo. Será la infancia católica.Aunque el retablo no era muy santo
que digamos. Porque decía: Gracias Virgen santísima porque cuando las tropas de Pancho Villa entraron a mi pueblo violaron a mi hermana y a mí no .
Estallido de risas. La fan mexicana lo abraza, lo besa.
Lo vuelve a abrazar antes de partir con libreta, autógrafo y dibujito.,
sin todavía poder creer que todo haya realmente ocurrido.
¿Son frecuentes estos encuentros?
Sí. La gente es muy cariñosa. No sólo acá. Es verdad
que también tengo enemigos, pero como decía Ambrose Bierce: "Quien no
tiene enemigos, no merece tener amigos". Aunque lo cierto es que tengo
muchísimos amigos. Además de la gente que se hace amiga leyendo las
cosas que uno escribe. Se ve que las palabras se escapan de las páginas y
tienen dedos y tocan al que lee. Te tocan, te acarician, te golpean a
veces, te arañan.
Las de Galeano deben resultar bastante acariciadoras.
Porque caminar con él por Montevideo obliga a hacer muchas paradas. A
poco que Daniela haya quedado atrás, aparece un muchacho, uruguayo,
papel y lapicera en mano, listo para pedir un autógrafo. Luego, una
mujer. Y varias cuadras más allá, cerca de la Academia Nacional de
Letras, un hombre lo reconoce y se acerca. Con cada uno de ellos el
escritor habla, intercambia simpatías, les brinda atención, palabras,
tiempo. "A mí la verdad que escribir me salva -confesará, luego-.
Porque me permite salir fuera de mí. Eso me ayuda a vivir y a saltar por
encima de algunos obstáculos que la vida te pone, que parecen
insalvables."
¿Cuáles?
Si los defino, te miento. Peor que mentir, si los defino los
convierto en obstáculos estúpidos. Y no lo son. Pero resultan muy
complejos para decirlos en una sola palabra. Al escribir, yo los pongo
afuera. Es como si uno contuviera vidrios rotos en el alma, que te
estuvieran lastimando. Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que
lastima y hace sangrar, aunque sea un poquito. Entonces, al escribir,
siento que puedo sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos
en un papel, ya no me dañan. Ya no me hacen la vida imposible, sino que
la multiplican, porque me permiten entenderme mejor con los demás.
Porque cada uno tiene sus vidriecitos que duelen [sonríe un poco]. Creo
que la literatura es comunicación o no es nada. No escribo para mí,
escribo para comunicarme con otros, para llegar a otros que van a ser
mis amigos, aunque no los conozca todavía.
Eduardo, ¿qué piensa de la supuesta enemistad entre argentinos y uruguayos?
Yo te contesto diciéndote que es una estupidez.
Lamentablemente, una estupidez muy difundida. Pero no es sorprendente,
porque la guerra vecinal es una especialidad latinoamericana. Hemos sido
diseñados, como países, para odiarnos entre nosotros. Para ignorarnos,
también. Es lo peor de la herencia colonial. Hay otras herencias
coloniales, como la de la impotencia. Esa que te dice: "Nunca vas a
poder, eso no se puede, nunca vas a ser capaz". La condena a ser
espectadores de la historia hecha por otros, pero incapaces de hacerla
con nuestras propias manos, nuestra propia cabeza, nuestro propio
corazón. Con nuestras propias piernas que caminan.
Hay poca gente en la rambla montevideana. Falta un rato
para que se ponga el sol, pero el atardecer ya se anuncia. Una luz
blanda, apenas rosada, todavía protectora, envuelve al gran caminante,
al admirador de los crepúsculos marinos. Cuenta que está embarcado en
dos nuevos proyectos de libros. Que no duda en preparar las valijas,
cuando toca presentar en el extranjero algunos de los ya editados.
Comenta también que participará como asesor de una serie dedicada al
fútbol, que se emitirá por el canal Encuentro. Es probable que, dentro
de ese mismo ciclo, lo entreviste a Diego Maradona, quien -asegura- sólo
aceptaría participar si el que lo interroga es el escritor uruguayo.
Incansable, Galeano se deja acariciar por la suavidad de un sol que
todavía no se deshace en llamaradas. En El libro de los abrazos supo
contar que, vistos desde arriba, los seres humanos "somos un mar de
fueguitos"; él mismo reluce como los más necesarios de esos fuegos: los
que "arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin
parpadear, y quien se acerca se enciende".
Entrevista publicada en Edicion Impresa de LN Revista y en la Edicion On line del Diario La Nacion el dia Domingo 19/04/2013
http://www.lanacion.com.ar/1583163-el-poeta-inagotable