Un uruguayo vive y trabaja en Brasil para la conservación de la Amazonia. Asegura que la ambición del hombre está arrasando la selva. (Diario El Pais Digital, Supemento Que Pasa, 19 de Mayo de 2005, Montevideo, Uruguay)
Joel Rosenberg
En la Amazonia hay incendios forestales que duran meses. Cada uno devora miles de hectáreas del mayor pulmón del planeta. Esa quema indisrcriminada fue lo que más impactó al uruguayo Marcelo Segalerba, quien hace 15 meses trabaja en Brasil por la conservación de la selva.
Segalerba integra la organización no gubernamental Act Brasil y es voluntario del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables (Ibama): en ambas tareas puede observar diariamente cómo el hombre avanza sobre la selva.
"Hay una constante e incansable invasión y destrucción de los territorios selváticos. Comienza con los claros en busca de maderas o minerales y lo siguen pequeños asentamientos, agrícolas y ganaderos", señaló.
Pero Segalerba repite una y otra vez que, de todo lo que vio, lo que más lo impactó es la "quema despiadada".
Según contó, son "los propios habitantes de allí, los fazenderos", los que realizan las quemas. "Lo hacen para lograr áreas cultivables o zonas para pastoreo de ganado. Son incendios que no se controlan. He visto, durante el período seco (de agosto a diciembre), incendios que duran tres meses", contó.
Brasil perdió, en 2004, 20.000 kilómetros cuadrados de selva amazónica. La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, que reconoció las cifras, afirmó, sin embargo, que se consiguió detener el crecimiento de la deforestación y que a partir de 2005 se espera revertirlo.
No es lo dice apreciar Segalerba allí en la selva. "La sensación es que ‘los malos’ van ganando la batalla. La verdad es que cada día es más lo que se destruye. Atrás de la ambición humana se está yendo la selva y este destrozo crece cada día".
Indios y policía
Segalerba cuenta que trabajó en Uruguay en el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, y realizó estudios sobre esta temática, en Uruguay y el extranjero.
En noviembre de 2003 decidió abandonar su empleo público y adquirir experiencia práctica. Se presentó para trabajar como voluntario ante el gobierno brasileño, en el Ibama. "Llegué por contactos de colegas que trabajan en conservación. Nunca habían recibido un voluntario extranjero, pero me autorizaron luego de mucho papeleo", contó.
En Ibama lo enviaron a la reserva de Piratuba, en la selva amazónica, donde estuvo dos meses como voluntario en todo tipo de tareas de conservación. Poco después se incorporó a la ONG Act Brasil, que trabaja por la conservación de la Amazonia.
Segalerba vive hoy en Macapá, una ciudad que está a 400 kilómetros de la frontera de Brasil con Surinam. Su tarea principal es un proyecto de vigilancia de la tribu waiana apalai en la aldea Bona, en un área conocida como parque indígena Tumucumaque.
Act Brasil trabaja con la ayuda y autorización de la Fundación Nacional del Indio (Funai) y según la página web de la ONG, es una "organización de la sociedad civil brasileña que ofrece asistencia técnica y financiera a los pueblos indígenas con el objetivo de preservar su cultura, su territorio y su biodiversidad".
La ONG intenta que los indios gestionen sus propios recursos y brinda herramientas para que puedan solucionar sus problemas. "La idea es ayudarlos a preservarse y a preservar la selva. Les damos las ideas para luchar y cuidar el medio ambiente", explicó Segalerba.
El trabajo se da básicamente en la aldea Bona, que reúne unos 400 individuos en unas 30 chozas. Es, además, la única aldea de la zona a la que se puede acceder en avioneta durante todo el año; de Bona parten expediciones vía canoa para las demás aldeas concentradas en las márgenes del río Parú del Este.
En todo el territorio en el que actúa Act Brasil viven unos 2.200 indígenas.
Segalerba viaja a Bona una o dos veces por mes desde la ciudad de Macapá en "interminables" vuelos de tres o cuatro horas de avioneta.
"Los waiana apalai son 400 indios que tienen sólo 70 años de contacto con el hombre blanco, por eso vamos sólo dos de la ONG, para que no sientan que son invadidos. Y nos quedamos lo menos posible allí, para no impactar en la región", dijo.
Los niños de la aldea no hablan portugués y sólo se comunican por el lenguaje de gestos. "Pero son muy amables, divertidos y observadores", dijo Segalerba.
En la aldea, los miembros de la ONG se reúnen con los líderes de la tribu en la maloca, una choza grande que oficia de sala de reuniones.
"Hay que tener mucha paciencia, los tiempos son diferentes: me paso todo un día para sacar media hoja de información a través del intérprete. Pero debemos respetar sus tiempos", explicó.
Act Brasil trabaja hoy con los indios en proyectos de vigilancia y mapeo de su territorio. "Les damos un mapa de la zona y ellos van marcando: la zona donde sacan para hacer flechas, la zona de caza, donde están los garimpeiros que trafican con minerales, el tráfico de animales, la deforestación", explicó Segalerba.
Después de conocer los datos que aportan los indios, en la sede de Act Brasil, en Macapá, se localizan las zonas a través de información satelital y se van conformando los mapas que servirán para realizar los futuros proyectos de conservación.
Según Segalerba, los riesgos para la seguridad son permanentes en la zona, pero los indios waiana apalai no tienen enfrentamientos violentos con el hombre blanco porque "en general huyen ante el problema".
Segalerba sí suele ser testigo de enfrentamientos en su otra tarea, ya que sigue colaborando con el gobierno brasileño, en Ibama, y en 2004 participó de tareas de vigilancia de áreas protegidas de la selva con la policía ambiental brasileña.
"La idea es que no portemos armas, pero lo cierto es que muchas veces te dan una ametralladora porque eventualmente en un tiroteo algo tenés que hacer".
Según Segalerba, la policía ambiental brasileña se enfrenta a traficantes mucho mejor armados que ellos y los recursos financieros son pocos para garantizar la efectiva protección de estos territorios. "Esa policía está llena de héroes anónimos. Son superados en cantidad y en armamento".
Vivir para contarlo
Más allá de su tarea en la conservación del medio ambiente, Segalerba destacó el aprendizaje que ha tenido de algunas de las costumbres y tradiciones de la cultura indígena. "Resulta muy emotivo escuchar directamente las voces del pasado, los cuentos, leyendas, la sabiduría de la selva a través de sus habitantes milenarios", explicó.
Sabe, por ejemplo, que los seres queridos que mueren se entierran bajo las chozas, "para que estén siempre cerca".
Segalerba dijo que es testigo del tremendo impacto de la llegada a la selva "del hombre blanco" y los medios de comunicación, en especial la televisión. Los indios ya no andan descalzos sino con chancletas Havaianas. En algunas regiones ya se los puede ver también con bermudas playeras de marcas conocidas.
Pero Segalerba contó que el mayor impacto que muchos indios sienten está en la pérdida de sus tradiciones y costumbres.
Uno de los indios que siempre lo acompaña de guía en la aldea —al que Segalerba llama Darío a pesar de que su nombre indígena es otro—, le explicó que sufre mucho porque se perdió la tradición de sentarse a escuchar a los mayores.
Darío tiene poco más de 30 años y aprendió de la vida y de la selva escuchando a su padre y sus mayores, sentados en la maloca. Ahora sufre al no poder conversar con sus hijos. "Me cuenta llorando que el hijo va a ver la telenovela brasileña de tarde y ya no le presta atención".
La ambición lleva a muchos indios a trabajar para los garimpeiros y a relacionarse con todo tipo de ladrones y contrabandistas. "Mucha gente que vive ahí son fugados de las grandes ciudades, es tierra de nadie, y viven allí traficando, allí no hay ley", dijo Segalerba.
Toda la situación le genera una angustia permanente ya que tiene la sensación de que se está perdiendo la batalla por salvar la Amazonia y la cultura indígena.
"Podría decir que estamos dando una asistencia brutal a los indios, pero hay mucho riesgo en lo que hacemos y todos podemos estar equivocándonos de buena voluntad. Por momentos vivimos todos una mentira colectiva de que está todo bien con lo que hacemos y en realidad no lo sabemos".
"Estoy contando todo esto por desesperación. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Contar, decir, no me puedo morir con esto atragantado, viendo cómo se va la selva". ©
TARTAS
Hace 13 años
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