Alain Giresse formó, junto a Platini, Tigana y Genghini, la más espectacular línea media del Mundial del 82 y de toda la historia del fútbol francés. En la pantalla del televisor, Giresse era tan chiquito que siempre parecía que estaba lejos.
El húngaro Puskas era retacón y gordo, como el alemán Seeler. Eran jugadores de físico frágil el holandés Cruyff y el italiano Gianni Rivera. Pelé tenía pie plano, como Néstor Rossi, el sólido centrocampista argentino. El brasileño Rivelino registraba el peor rendimiento en el test de Cooper, pero en la cancha no había quien le diera captura, y su compatriota Sócrates tenía cuerpo de garza, altas piernas flaquísimas y pies pequeños que se cansaban fácil, pero era un maestro del taquito, y se daba el lujo de convertir penales con el talón.
Se equivocan feo quienes creen que las medidas físicas y los índices de velocidad y de fuerza determinan la eficacia de un jugador de fútbol, como se equivocan feo quienes creen que los test de inteligencia tienen algo que ver con el talento o que existe alguna relación entre el tamaño del pene y el placer sexual. Los buenos jugadores de fútbol pueden no ser titanes tallados por Miguel Ángel, ni mucho menos. En el fútbol, la habilidad es más determinante que las condiciones atléticas, y en muchos casos la habilidad consiste en el arte de convertir las limitaciones en virtudes.
El colombiano Carlos Valderrama tiene los pies torcidos, y la chuequera le sirve para esconder mejor la pelota. Lo mismo ocurría con los pies chuecos de Garrincha. ¿Dónde está la pelota? ¿En la oreja? ¿Dentro del zapato? ¿Dónde se ha ido? El uruguayo Cococho Álvarez, que caminaba cojeando, tenía un pie apuntando al otro, y fue uno de los pocos defensas que pudo controlar a Pelé sin golpearlo.
Fueron dos petizos más bien gorditos, Romario y Maradona, las estrellas del Mundial 94.Y tienen esa misma estatura dos atacantes uruguayos que triunfaron en Italia en estos últimos años, Ruben Sosa y Carlos Aguilera. Gracias a su minúsculo tamaño, el brasileño Leônidas, el inglés Kevin Keegan, el irlandés George Best y el danés Allan Simonsen, llamado la Pulga, conseguían escurrirse a través de las defensas impenetrables y se zafaban fácilmente de los zagueros grandotes, que les daban con todo pero no conseguían pararlos. También había sido chiquito pero blindado Félix Loustau, el puntero izquierdo de la Máquina de River Plate, y lo llamaban el Ventilador porque era el que daba aire al resto del cuadro, haciéndose perseguir por los rivales. Los hombres de Liliput pueden cambiar de ritmo, y acelerar bruscamente, sin que se les derrumbe el alto edificio del cuerpo.
E. Galeano
El fútbol a sol y sombra
TARTAS
Hace 13 años
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